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ISSN 1989-4163

NUMERO 21 - MARZO 2011

Fragmentos (2ª Parte)

Pepe Pereza

Fragmento 12
Conduzco hacia casa. Vengo de visitar a X, mi camello. Cargo con dos placas de hachís de cien gramos cada una. Todo va bien hasta que el semáforo me da paso y entro en la calle Carmen Medrano. Delante de mí veo un coche del policía aparcado en doble fila. Unos metros más allá se ha concentrado un pequeño grupo de personas. Al fijarme veo que están atendiendo a una mujer de avanzada edad que está tumbada en sobre el asfalto. Reduzco la velocidad para echar una ojeada. El pánico se apodera de mí al reconocer a mi madre tirada en el suelo. Aparco en doble fila y salto del coche dejando la puerta abierta y la llave en el contacto. Nada importa excepto mi madre. Corro hasta el grupo y me abro paso entre la gente dispuesto a... lo que sea. Me freno a tiempo. Cual es mi sorpresa, y alivio, sobre todo ALIVIO, cuando veo que la mujer que jadea mareada en el suelo es una completa desconocida. Uno de los policías se dirige a mí, caigo en la cuenta de que llevo doscientos gramos de droga en el bolsillo, cantidad suficiente para arruinarme la vida. Antes de que el agente pueda decirme algo, me anticipo y le digo si me necesitan para llevar a la anciana al hospital estoy a su disposición. El policía me informa de que una ambulancia está en camino, también me agradece mi buena intención y me ruega que aparte el coche. Obedezco. Después, cuando la adrenalina desaparece de mi organismo me entran ganas de llorar, no lo hago. Sentimientos encontrados… En casa me lío un porro y mientras me lo fumo llamo a mi madre por teléfono para saber cómo le va la vida.

Fragmento 13
Hay hombres que creen tener el poder suficiente para cerrarles la puerta a los demás. Digo puerta como podría haber dicho oportunidad, trabajo o garbanzos. A esos hombres se les llena la boca al mentar el supuesto poder del que hacen gala. Hombres cerrojo los llamo yo. Esos hombres que se saben con poder para cerrar puertas lo que quizá desconozcan es que nosotros tenemos talento de sobra para abrirlas, incluso echarlas abajo, aunque sea a base de patadas.

Fragmento 14
En casa hace frío. Con un maullido inquisidor mi gato me sugiere que encienda la calefacción. Me quedo quieto en el sofá mirándole fijamente. Él me sostiene la mirada. Seguimos mirándonos durante un par de minutos. Ninguno de los dos cede. Poco a poco, el verde de sus ojos me va absorbiendo a otros mundos fuera de éste. Mis pensamientos se pierden en el infinito de de sus ojos… Cuando comprende que no voy a moverme -al menos hasta que acabe con el porro que me estoy fumando- emite una especie de gruñido y de un salto se encarama en el sofá. Alargo la mano para acariciarle el lomo pero me esquiva ofendido y va a acomodarse al otro extremo. Le miro, él pasa de mí. Se ha hecho un ovillo y tapándose los ojos con una pata trata de dormir. Entonces llego a la conclusión de que mi gato es una puta, sino recibe algo como pago no da muestras de cariño.

Fragmento 15
Hoy me siento tan pequeño, tanto, que esa partícula de polvo que viaja por el salón me parece inmensa cual planeta. Soy inferior a la mosca que acabo de aplastar contra el cristal. Mil veces más insignificante que el pelo púbico que ha quedado enganchado en el desagüe de la bañera. Hoy no me siento humano. Hoy soy un despojo que no se atreve a levantar la cabeza. Hoy me vas a permitir que me esconda en mi agujero, que me arrope con mi vergüenza y purgue culpas.

Fragmento 16
He salido de casa. Lo he hecho de mala gana, como siempre. Tenía que recoger un pedido de libros que llevaban días esperando en la librería. A pesar de mi desgana enseguida he sido engatusado por los colores otoñales de las hojas de los árboles alumbradas por el sol de la tarde. He pasado por una urbanización rodeada de bonitos paseos ubicada donde tiempo atrás estaba un cuartel de artillería. Me he acordado de aquellos días de verano cuando, acompañado de los hijos de un teniente, acudíamos a la piscina del cuartel para bañarnos. Recuerdo que en los vestuarios de aquella piscina descubrí que mi polla era más pequeña que la de mis amigos.

Una mujer de ojos muy negros me ha mirado al cruzarnos y ha sonreído. He visto varias palomas cojas, el coche de un millonario y un avión que dejaba una línea blanca en el cielo…

Al salir de la librería me he encontrado a una señora mayor vestida como una dama de principios del siglo pasado, iba muy elegante con su pamela y sus guantes de puntilla blancos. Me ha sorprendido gratamente encontrarme a un personaje tan peculiar. Unos hombres que hablaban de negocios se han cruzado delante de la señora y le han cortado el paso. He observado cierta irritación en su cara, debido, seguramente, a la descortesía que los caballeros. Sin embargo ella ha aguardado pacientemente hasta que la han dejado pasar. La he seguido durante un par de calles imaginándome historias sobre su vida. Cuando he intuido que iba a cambiar de dirección la he sobrepasado y justo cuando le iba a cortar el paso, me he detenido y galantemente le he dejado pasar. La señora ha esbozado una sonrisa y ha seguido su camino. En la parada de un semáforo he coincidido con una abuela y su nieto pequeño. El niño le preguntaba: ¿por qué no había ardillas en el parque? Y ella le respondía: que las ardillas solo salían de noche porque si lo hicieran de día las cogerían.  He visto el humo de los churros al freírse en la sartén de la churrería y he sentido deseos de comprar una docena, pero no lo he hecho porque no tenía suficiente dinero y no me apetecía buscar un cajero.

Reconozco que no ha sido un paseo memorable, de hecho, mañana lo habré olvidado. No obstante y para ser justos he de admitir que ha sido un buen paseo.

Fragmento 17
Soy de la opinión que la soledad es un plato exquisito siempre y cuando lo sepas cocinar en su justa medida. Yo dedico la mayor parte de mi tiempo libre a consolidar mi soledad. Por eso no me queda más remedio que reconocerlo. Soy un solitario empedernido. Lo he sido, lo soy y supongo que siempre lo seré.

Fragmento 18
Ayer, uno de mayo del dos mil diez, mi sobrina hizo la primera comunión. Antes de la ceremonia, en la iglesia se había celebrado un funeral y terminada ésta se iba a celebrar otro. Por lo visto, un chaval se había matado en un accidente con una moto.

Pues bien, aunque casi nadie de mi familia es creyente, y yo memos, he de reconocer que me emocioné al ver a María, mi sobrina. Tan guapa con su elegante vestido y su bonito peinado. Pero no es esto lo que yo quiero contar. Lo que yo quiero contar es un hecho curioso que observé al salir de la iglesia. Se formaron dos filas, una la formábamos la gente que salíamos de la comunión. Gente alegre con vestidos de colores llamativos, haciendo fotos y comentando lo guapas y guapos que estaban los niños y niñas que habían comido por primera vez del cuerpo de Cristo. La otra fila la formaban los que entraban para asistir al funeral del chaval que se había matado con la moto. Todos iban de negro, con el gesto triste, a punto del llanto. Fue curioso, por un momento vi la escena a través de los ojos del fallecido Rafael Azcona. La mirada de Rafael. Rafael era un experto en atrapar ese tipo de situaciones. Sus guiones están repletos de geniales contrastes que nos hacen ver a través de sus ojos lo chabacano y lo cutre. La gran ironía del vivir, y del morir. Y toda esa genialidad combinada con un afiladísimo  sentido del humor. Por supuesto humor negro como el carbón.

Por desgracia, tanto el chico de la moto como Rafael ya no están aquí para verlo, y mucho menos para contarlo.

Fragmento 19
Una mañana de camino al trabajo, a la altura de la farmacia que está en la calle Gonzalo de Berceo,  justo enfrente del parque, escuché decir a una señora que iba acompañada de una niña pequeña:

  • Mira, ahí va la paloma azul.

 Para cuando quise mirar ya no vi nada, tan solo unas sombras fugaces que se alejaban en el cielo y se perdían entre los tejados.

  • Sí, es azul. – dijo la niña convencida de que había visto algo maravilloso.

No le di importancia hasta que otra mañana al pasar por el mismo lugar vi a una pareja de abuelos sentados en un banco. Lo que me llamó la atención fue que ambos estaban mirando al cielo protegiéndose los ojos con sus manos a modo de viseras y diciendo:

  • Jamás en mi vida he visto una paloma igual.
  • Pá mí que alguien la ha pintado de azul.

Miré al cielo y el sol me golpeó en las corneas. No pude ver nada.

  • Lo extraño, aparte de su color, es que siempre se la vea por la misma zona.
  • Le gustará este sitio.

Seguí caminando a ciegas, tratando de enfocar y recuperar la visión. Me pregunté si la gente se estaba volviendo loca o realmente existía una paloma azul que revoloteaba por los alrededores. A partir de ese momento cada vez que pasaba por allí echaba un vistazo en busca de la paloma azul. Durante días escuché varios comentarios que confirmaban su existencia pero no pude verla. La otra tarde, al volver del trabajo, iba pensando en la misteriosa paloma. Me preguntaba si realmente era tan espectacular como decían. Al llegar a la farmacia de la calle Gonzalo de Berceo, como por arte de magia la paloma bajo del cielo y fue a posarse a mis pies. Efectivamente era azul, de un azul cobalto maravilloso. Me quedé parado admirando la singularidad de la paloma. No podía creerme lo que estaba viendo. Nunca en mi vida pensé que existiesen palomas de ese color, pero si mis ojos no me engañaban debía haberlas, al menos una, la que tenía delante.

Han pasado un par de semanas del encuentro y mantengo la duda de si efectivamente la paloma era azul o alguien se tomó la molestia de pintarla de ese color.

Fragmento 20
Ha llegado el celo, lo noto. Al igual que aquel loco personaje de la película Amarcord de Fellini, me subiría a un árbol para gritar a quien quiera escuchar que necesito una mujer. Urgentemente.

Fragmento 21
Mi gato murió hace poco. Después de dieciséis años juntos su ausencia es dolorosa y triste. He intentado escribir algunas líneas para honrarle, pero me he dado cuenta que cuando algo te toca de lleno las palabras son insuficientes, al menos las mías.

Fragmento 22
Mi padre es de los que se podrían estar en su sillón viendo la televisión veinticinco horas de las veinticuatro que tiene el día. Por eso mi madre se las ingenia para endosarle tareas que lo mantengan más o menos ocupado. Uno de sus trucos es mandarle a la tienda a comprar pan. Mi padre, hombre obediente donde los haya, va a comprar el pan. Cuando vuelve, mi madre se disculpa y le dice que tiene que regresar a la tienda porque necesita lejía para la colada y acaba de darse cuenta de que la botella que tenía se ha terminado.  Mi padre estoicamente regresa a la tienda y compra la lejía. Cuando regresa mi madre le dice:

  • Pepe, no te lo vas a creer, pero tienes que volver a por detergente.

Mi padre añade:

  • Cada día tienes peor la cabeza.

Y aunque refunfuñando, sale por la puerta y se va a por el dichoso detergente.

Mi madre reconoce entre risitas, que esa es la única forma de que su marido, mi padre, haga algo de deporte.

 

Uhmmmm

 

 

 

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